Tu mente mi patio de recreo

Ángel es un hombre tranquilo, pausado, que piensa las cosas dos veces antes de ejecutar una decisión. No acostumbra a mentir en ninguna ocasión, hecho que le ha traído más de un quebradero de cabeza. Es honesto, con él y con todos los demás. Amante de la naturaleza disfruta de dos aficiones: recoger setas al comienzo del otoño y hacerle fotografías a todo. No en vano, pasa los fines de semana en un estudio improvisado construido por él mismo en su garaje.
Toda esta personalidad fabricada a base de
golpes y reveses que le ha dado la vida; además de las sabias enseñanzas que su
madre le ha aportado desde su más tierna infancia, le han convertido en un gran
hombre, y, como manifiesta su personalidad en todo lo que hace, en un gran
enfermero también.
Como enfermero experimentado plantea su lado
profesional de manera asertiva. Refiere cierta empatía con el paciente cuando
la ocasión lo requiere y marca una clara diferencia entre lo profesional y lo
personal. No se trae sus quebraderos de cabeza hogareños al hospital ni permite
que las vicisitudes profesionales empañen la armonía de su hogar.
Casado, padre de dos niñas y un niño, se
desvive porque sus herederos no sepan del sufrimiento humano hasta que lleguen
a una edad donde les sea un poco más fácil entenderlo. El amor de su familia
hace posible sobrellevar la dureza del trabajo.
Cada paciente es distinto al anterior, y así
los trata, como individuos que; aunque presenten similitudes, las diferencias
los hacen más especiales a cada uno de ellos por separado. Nunca un síntoma en
Juana fue igual al mismo síntoma manifestado por Pedro. Ni siquiera Antonio y
Roberto sufrieron de la misma forma aún padeciendo la misma afección.
Todos ellos son diferentes en su
complejidad, lo que hace que cada caso sea interesante en sí mismo. Por ello es
de vital importancia aprender de cada uno de ellos todas y cada una de sus
manifestaciones, quejas, dolores, alegrías y triunfos. Cada día hay un triunfo,
cada día hay una prórroga para ver el amanecer del día posterior. Cada
creatinina reajustada, cada edema de miembros absorbido, cada micción después
de un globo vesical, todos y cada uno de estos logros son éxitos para apuntar
el día en el almanaque como festivo, y Ángel lo sabe.
Cada vez que observa a Sofía ve lo que nadie
ve en ella. No solo es una niña de 15 años. Es además una niña inteligente,
despierta, observadora y con una capacidad receptiva que sobrepasa a cualquier
niño de su misma edad en similares condiciones.
·······

- El cielo que cubre mi tierra está
protegido-; piensa cabizbaja;-pero a mí ¿quién me protege?-
El ruido de la puerta extrae súbitamente a
Sofía de su pensamiento taciturno.
-¡Adelante!-
-¡Buenos días!, ¿Sofía Cárdenas Gallego?-
-Sí; soy yo-
-Hola Sofía, ¿Cómo estás ?Soy la enfermera
de laboratorio. Vengo a hacerte una analítica-
-¿No es un poco temprano?- No sé qué hora
es, pero apenas ha amanecido. ¿Ha pasado algo?-
-No, no ha pasado nada. La que te voy a
hacer es una analítica ordinaria, pero hoy estamos probando a empezar por la
planta alta para ver si vamos más rápido en el trabajo, ya te puedes imaginar
que la falta de personal nos está haciendo estragos y no damos a basto, cada
vez os despertamos antes...en fin; no quiero aburrirte con mis problemas;
entiendo que no te importen-
-No me molesta escucharte; además, oír tus
problemas hace que me olvide de los míos por un instante...- deja caer con
media sonrisa.
-¡Vaya! Gracias, nunca me habían dicho algo
así. Bueno; ya está, ¿ves? Con la vía central es un adelanto sacar sangre. Ni
te has enterado.-
-Sí, además no duele, ya me teníais los
brazos deshechos. -Afirma mientras mira fijamente el catéter.
Y así concluye la primera conversación de la
mañana en apenas cinco minutos. Una y otra vez todas las mañanas empiezan
igual: "sangre, sudor y lágrimas". Pero además hoy ha amanecido sin
haberse acostado.
Está cansada.
La fatiga le roba a la expresión de su
rostro el brillo del pasado. Un pasado corto, intenso, lleno de vida, una vida
que otrora se antojaba alegre y llena de esperanzas hoy se torna gris, plomiza
y sin atisbo de felicidad.
En un vano intento de disimularlo, ella
sonríe.
Hoy no es ese día.
Hoy no tiene ganas.
Satisfacer a los que le rodean no se
encuentra hoy en el orden del día.
Como un viento fresco de primavera con
ligero aroma a mandarina, azahar y jazmín, entró en la habitación Marta. Alta,
buena moza; como dirían los de mi pueblo, rubia y con los ojos verdes. Era la
viva imagen de Sofía veinticinco años más mayor. Hoy lucía uno vaqueros
desgastados, una botas de lluvia que se han puesto muy de moda, aunque se
parezcan a las botas que se usan para trabajar en el campo los días lluviosos,¡
no importa!, le etiquetan una marca comercial y un forro y listas para vender
por no sé cuantos cientos de euros.
Sobre su camiseta blanca, comodín infalible
cuando sales de casa con prisa, llevaba una gabardina con aire retro. Marta siempre portaba un
aspecto impecable, no importaba lo agotada que estuviese.
-¡Hija, me han llamado de la academia!-
grita de alegría Marta- Todas tus compañeras te envían recuerdos y tienen
muchas ganas de que te incorpores pronto.
- Gracias mamá, dales tú recuerdos de mi
parte, a mí no me apetece.
-Pero, ¡hija! si me han llamado ilusionadas,
tienen muchas ganas de hablar contigo...-
-¡Bueno mamá!, me da igual, yo con ellas no-
-Entonces... Sofía... entiendo que tampoco
te importa que haya hablado con Carlos...
-¿Carlos?, ¿Has hablado con Carlos? ¿Y tú de
qué conoces a Carlos?- Pregunta entre enfadada y ofendida.
-Bueno... pues... ayer vino a verme a casa y
me explicó quien era...
- No le hagas caso. ¡No es nadie!- interrumpió
Sofía todavía enfadada.
-Sofía; hija; no te pongas así- le dice
Marta en un tono cariñoso para intentar averiguar qué era lo que había alterado
tanto a su preciada hija. -Me explicó que sois muy buenos amigos y que te echa
mucho de menos. Ha intentado hablar contigo muchas veces pero no le coges el
teléfono, ni le respondes los mensajes. Sofía, ¿qué te pasa?-
-¡Nada mamá; nada!; y dile a Carlos que es
un tonto... ya se lo he explicado. Dile de mi parte que me deje en paz .Sin él
estoy mejor, pero no lo entiende.-
Marta se queda preocupada, sentada a los
pies de la cama. Está asustada, perdida, desorientada. Sabe que su hija la
necesita. Sabe eso desde que Sofía nació. Con cada llanto, con cada lamento,
cada vez que Sofía le expelía un "¡mamá!" inconsolable desde su
habitación; Marta sabía que la necesitaba más allá de lo que un hijo necesita a
una madre. Es la conexión madre-hija, es esa unión simbiótica y sobrenatural
que sobrepasa la membrana placentaria y se instaura en el corazón.
·······
Los minutos se convierten en horas, las
horas en días, los días en semanas y así de forma sucesiva.
El control del tiempo se convierte en algo
esencial para Sofía, sumida en la angustia y el dolor. No quiere ver a nadie,
no soporta la presencia de sus seres queridos, no necesita que nadie la ayude.
En su fuero interno se entremezclan sentimientos de dolor, culpa, rabia, ira.
No hay fin.
Nadie le había explicado con exactitud lo
que estaba pasando, nadie le había contado que esto era tan difícil.
En el cajón de la mesilla guarda una libreta
de notas donde escribe todas las sesiones de tratamiento que lleva. Hace dos
semanas que no escribe nada. No recuerda que la ingresaron en la U.C.I., no es
consciente de lo mal que ha llegado a estar en estas dos semanas.
Todavía no le han comunicado que el
trasplante fue inviable. Todavía no hay registro de esta eventualidad en su
bloc de notas.
La puerta de la habitación se abre y
aparecen Marta y un hombre vestido de blanco al que jamás había visto.
-Hola Sofía, hija, ¿cómo va la mañana? Me he
encontrado con este señor tan agradable que quiere conocerte.-
-¡Buenos días, Sofía!; Me llamo Ángel y soy
tu nuevo enfermero.-
Sofía mira con cierta expresión de sorpresa,
no hace más que oír hablar entre dientes acerca de los recortes en el hospital
y ahora resulta que ella tiene un nuevo enfermero. Sin lugar a dudas hay algo
que no le cuadra.
Lo observa fijamente. Le ha llamado
poderosamente la atención lo seguro que parece de sí mismo. Un hombre alto,
corpulento con una voz firme y rotunda, haciendo juego con su aspecto. Lleva
gafas y un enorme reloj en la muñeca izquierda, además de una identificación
colgada al cuello donde Sofía, no sin cierta dificultad; consigue leer su
nombre: Ángel. Enfermero.
Viene con una silla de ruedas, y mientras le
invita a sentarse en ella le va explicando que han decidido cambiarla de
habitación y de planta para que esté más cómoda.
Con dificultad, Sofía consigue levantarse y
acercarse a la silla. Marta siempre está pendiente de cada unos de sus movimientos.
Cuando estaba dando la vuelta para sentarse cómodamente, su débil mano se
resbaló en el apoya-brazos y este traspié a punto estuvo de hacerle caer. Por
fortuna Ángel, atento como nadie, alargó el brazo, y en un vuelo le ayudó a
terminar con éxito la maniobra. Ha sido un gran ejercicio el de hoy. Sus 45
kilos en 1 metro 65 de altura no le permiten realizar sobreesfuerzos.
Se coloca la manta sobre las piernas y la
mascarilla en la cara; tapándose la boca y la nariz. Ni una mota de polvo puede
atravesar el filtro de la mascarilla que
separa su vida plausible de una
posible vida luchando contra una infección oportunista.
Sofía levanta la cabeza, suspira, eleva el
pecho y cual ave fénix se recompone y alza de nuevo el vuelo. -"No tengo
edad para caer" -piensa mientras salen de la habitación camino al nuevo
alojamiento.
Suben
en ascensor a la última planta del hospital, es la más soleada y la más
silenciosa.
Se abren las puertas y un aire fresco inunda
la estancia. El aroma a lavanda enmudece los pensamientos y calma el corazón.
Atraviesan el pasillo, pasan por delante del control de enfermería
-"¡Buenos días Sofía!"- saludan a su paso con una sonrisa celestial.
Sofía es capaz de imaginarse la fragilidad de un ser cuando siente alegría y
regocijo al oír un saludo atento y una voz amable.
Las pareces del hospital comienzan a manar
calor humano, dejan de ser plomizas y frías para convertirse en la custodia de
un lugar agradable.
Al entrar en su nueva habitación observa
como la luz del sol inunda la cama y permite disfrutar del color de las
paredes: Azul lavanda.
Casi podría asegurar que nota la sensación
de paz al respirar tal armonía.
Casi podría afirmar, sin miedo a error, que
es la primera vez que se siente a gusto desde su ingreso.
Al lado de la cama se encuentra, de pie, una
mujer alta, con gafas, uniforme azul lavanda, bata blanca; fonendo y carpeta en
ristre.
Al ver entrar a Sofía, su expresión dibuja
una enorme sonrisa que estalla en un -"¡Buenos días Sofía!"-
Su voz y sus gestos transmiten afabilidad y
sosiego; la paz que hace mucho tiempo que no siente en su interior. Sofía la
revisa de arriba a abajo sin perder un solo detalle de su indumentaria, muy a
juego con toda la estancia.
-¿Cómo te encuentras Sofía?-
-No sé. No entiendo qué hago aquí.-
-Te hemos trasladado a este lado del
hospital para que estés más tranquila. Las últimas semanas han sido difíciles y
necesitas menos estímulos del exterior. Aquí las ventanas no dejan pasar el
ruido de fuera y hay menos pacientes. Estoy convencida de que vas a estar mucho
más a gusto.-
- Claro.
- Mi nombre es Jimena. Y soy tu nueva
médico. La Doctora Mariana y su equipo seguirán visitándote pero ya lo harán
aquí. Para tus sesiones de medicación intravenosa no hace falta que vayas a
Hospital de Día, podemos hacer que suban la medicación a tu habitación si lo
prefieres. Voy a dejar que te instales cómodamente y en unos minutos volveré
para hacerte unas cuantas preguntas. Si necesitas algo puedes tocar el timbre.
¡Hasta ahora!-
Sofía se queda pensativa sentada sobre la
cama, no entiende nada, o no quiere dejar que su mente entienda lo que acaba de
pasar.
A los pocos minutos regresa Jimena
acompañada de Ángel. Los dos se acercan a Sofía y se sientan en unas sillas que
colocan a su lado. No hay carpetas, no hay bolígrafos, no hay nada, solo están
ellos dos y un pequeño magnetófono. Antes de empezar le explican que para
conservar documentación y datos requieren grabar la conversación. Sofía asiente
sorprendida por el método empleado, no lo había visto nunca pero le gusta;
entiende que de esta forma no tiene que parar a esperar que ellos terminen de
escribir para seguir hablando.
Comienzan a hacerle preguntas de todo tipo,
necesitan una entrevista contundente, recabar toda la información posible se
hace primordial con cada paciente. Hablan de su estancia en el hospital, de sus
aficiones antes del ingreso, de sus pensamientos, de sus necesidades, de sus
preferencias, de todo menos de datos clínicos aburridos que pueden, fácilmente,
ver en la historia clínica.
La conversación dura cerca de una hora y
media, pero no ha sido pesada, es más, ni se había dado cuenta de la hora que
era si no llega a ver a la enfermera de la planta entrando en la habitación con
la medicación y la bandeja de la comida.
Recogen el material y se despiden de Sofía
para dejarla comer tranquila.
·······
Una tarde Ángel irrumpe súbitamente en la
habitación, encuentra a Sofía sentada en la cama con la cabeza apoyada en las
rodillas.
Solloza tímidamente, sus brazos tapan su
cara. El camisón rosa que tanto detesta oculta su cuerpo consumido por el
dolor. La palidez de su piel delata la
falta de los baños de sol que acostumbraba a tomar los fines de semana.
Sus manos tiemblan al enjugarse las lágrimas
que corren por sus mejillas sonrosadas.

No da crédito a lo que ve.
Sofía llora.
Sofía tiembla.
Sofía se siente pequeña, muy pequeña, casi
insignificante.
Sofía no quiere estar ni aquí, ni ahora.
¿Qué habría sido de su vida si nunca
hubiesen descubierto aquel hematoma?
Aquel hallazgo no fue importante; o al menos
no lo suficiente para ella.
Los entrenamientos eran duros; horas y horas
haciendo acrobacias, bailes, pasos sincronizados. Todas mostraban "heridas
de guerra". La sincronizada requiere mucho esfuerzo, mucho afán y no
rendirse nunca.
"Si quieres llegar a los juegos
olímpicos debes luchar hasta la extenuación". -Se repetía cada vez que
paraba a tomar aliento.-"Ser una de las elegidas no es suficiente, no
tengo frío, no estoy cansada, no tengo hambre, no hay sudor ni lágrimas. Quiero
ser la mejor, la número uno. Representaré a mi país y todos estarán orgullosos
de mí"-
No había ni un solo día que no se acostase
pensando en lo bien que lo iba a hacer al día siguiente. Estudiaba para
quitarse los exámenes de encima y poder dedicarse a lo que realmente le
gustaba, la natación sincronizada.
Subir, bajar, bailar, sentir la música
y el murmullo del agua.
Se sentía viva.
Se sentía única y especial en el medio
acuático.
Se sentía una sirena.
El agua y su piel eran un solo elemento.
Pero algo comenzaba a no ir bien, algo
fallaba. Una mañana, después del control médico que les habían hecho tras el
nombramiento de las elegidas para representar a España en los próximos juegos,
le dijeron que debía ir al médico. Si nunca se había sentido mal, si tenía una
vida sanísima y una alimentación impecable. ¿Qué es lo que no cuadraba?
La cita con el médico era en el hospital; el
único hospital de la comarca; que debe atender a la totalidad de la población,
día y noche, de lunes a domingo y fiestas de guardar. Nada más entrar en él
podías sentirte penetrado por el fuerte olor a antiséptico, mezclado con
alcohol de 70º y medicinas. Casi te podías imaginar a una enfermera portando
una aguja del tamaño de un estandarte persiguiéndote por la sala para ponerte
una inyección en la nalga.
El aspecto del hospital era anodino, frío,
triste y desangelado. Las reformas realizadas meses atrás solo habían
conseguido ampliar la zona de consultas y los espacios comunes, pero seguía
estando carente de calor humano.
En los pasillos se acumulaba la gente
esperando ser llamados a consulta. Unos se lamentaban de su suerte mientras
otros le protestaban; por no estar en la lista; a la pobre auxiliar a la que se
le había ocurrido salir a la puerta para llamar a los pacientes citados.
Griterío, alboroto, alguna frase despectiva
pronunciada con acritud desde el fondo, acerca de lo mucho que cobraban y lo
poco que hacían.
Se acercaba la hora de la cita y como
puntual reloj suizo, la auxiliar de la
consulta salió al pasillo para anunciar su nombre:- ¡Sofía Cárdenas Gallego!-
A Sofía aquel nombre se le antojó extraño,
ajeno a ella. El estómago le dio un vuelco y su corazón palpitaba fuerte en el
pecho.
Entró en la consulta con paso decidido,
pensando en todo lo que tenía que hacer de vuelta a los entrenamientos, así que
quería terminar con esto cuanto antes.
A su lado, Marta, su madre. Nunca le había
dejado sola ni un minuto desde que nació. La acompañaba allí donde ella la
necesitase.
Entraron en la consulta y se sentaron
rápidamente en sendas sillas. Aquella consulta se convirtió súbitamente en un
lugar familiar. De repente; notaron que estaba allí todo el calor y el color
que faltaba en el resto del hospital. Las paredes lucían una tonalidad cálida y
agradable. Había un cuadro hecho de corcho que estaba lleno de fotos de niños
sonrientes, dibujos que parecían estar hechos por aquellos mismos niños y
palabras de agradecimiento por doquier. "¡Gracias Mariana!" era la
frase más repetida en aquel mosaico improvisado de sonrisas y corazones pintados.
Justo debajo del corcho, una mujer sentada,
atareada con el ordenador. Mientras hablaba afanosamente por teléfono, las
invitó a tomar asiento sin darse cuenta de que ya lo habían hecho de motu propio. A los tres minutos de
intensa conversación acerca de los pormenores de las situación de la planta y
los problemas que causaba la falta de personal, terminó la conversación con un
cariñoso -" Ya seguiremos hablando"- y colgó.
Se dirigió a Sofía y a Marta y les
dijo:-Buenos días. Me llamo Mariana y soy Hematóloga.-
De nuevo esa extraña sensación de tener el
estómago en la tráquea inundó el cuerpo de Sofía. Aquellas palabras le cayeron
como un jarro de agua fría. Un incómodo escalofrío recorrió su piel en 3
segundos. Su instinto le hizo presagiar que algo no iba bien.
A partir de ahí solo oía palabras sueltas de
la conversación: anemia, hemoglobina, hematocrito, plaquetas, médula ósea,
serie roja, linfocitos, trombocitopenia...
En el rostro de Marta poco a poco se iba
apagando la luz y el brillo de sus esplendorosos y bien llevados 40 años; para
dejar paso a una expresión de preocupación mezclado con angustia y miedo.
La habitación daba vueltas, las paredes iban
y venían, un sudor frío recorría la piel de Sofía. Sentía como si una parte de
ella hubiera salido, por un instante, de su cuerpo y se veía a ella misma
mirando asustada a su madre.
Cuando volvió en sí ya estaba de pie en la
puerta con su madre despidiéndose de
Mariana.
-Bueno doctora, entonces ¿nos vemos el
martes para hacer el aspirado medular y repetir la analítica?-
-Eso es Marta. Bueno Sofía, ¿nos vemos el
martes?
Sofía salió sin decir nada, cabizbaja, no
había entendido ni una sola de las palabras que se habían pronunciado en
aquella sala.
A las pocas semanas ya estaban los
resultados sobre la mesa. El equipo de hematólogos del hospital estaban
reunidos en sesión clínica dilucidando sobre qué hacer frente a aquel caso
clínico. La situación era delicada. Había que tenerlo todo bajo control. Había
que ponerle nombre y apellidos a lo que tenían delante y había que comunicarlo
con la mayor asertividad posible. Todos lo tenían claro; sin duda ese paso de
la ecuación siempre le tocaba a Mariana.
Es una mujer afable, joven, con un halo de
maternidad a su alrededor. La suavidad de su voz junto a la delicadeza de sus
gestos la convierten en la candidata perfecta para la ocasión. Será ella la
encargada de hablar con Sofía. Está decidido.
El 16 de agosto, a las 10 de la mañana Sofía
y sus padres estaban esperando en el pasillo frente a la puerta de la consulta.
El pasillo seguía colapsado de pacientes, mujeres que acompañan a sus maridos,
hombres que protestan porque llevan 3 horas esperando, dos al fondo discutiendo
sobre lo mal que funciona la sanidad pública y lo mucho que cobran los que en
ella trabajan - Si mandase yo...les iba
a dar; sí; les iba a dar palos...-Decía
por lo bajini uno mientras su interlocutor asentía con la cabeza. Todos
los días la misma estampa.
-¡Sofía!
Otra vez esa sensación dichosa. Se abren las
puertas de chiqueros y sale el morlaco a la plaza, negro, bragao, bizco, 600kg
de astado; valiente, hermoso; único en su especie, el rey de la dehesa. Al
fondo, el torero, esperando en la arena con el capote.
-Buenos días a todos. Siéntense, por favor.
Ya tenemos todos los resultados. Sofía, hay un problema, tu médula no funciona
adecuadamente y hay que tratarla. Eres muy joven y muy fuerte. Vamos a empezar
ya con el tratamiento. Tu sistema inmune está afectado pero vamos a ponerle
remedio.
-Pero Mariana; ¿qué significa todo eso?
-Sofía; tienes leucemia.
Las palabras de Mariana retumbaron en su
cabeza como si de las campanas de la
iglesia de su pueblo tocando los cuartos se tratase. Volvió a visualizarse a sí
misma sentada frente a su médico, pero esta vez se vio sola, vacía, desamparada
y la sensación de miedo se apoderó de su corazón y de su mente; pero no derramó
ni una sola lágrima. Tragó saliva, miró al frente y con la voz quebrada
preguntó:-¿Cuándo empezamos?-
·······
Ángel se apresuró a arroparla con la manta
que estaba doblada a los pies de la cama. No sabía si su temblor correspondía
al frío de su cuerpo o al desasosiego de su alma.
Sofía clavó sus ojos verdes en los de color avellana de Ángel, las lágrimas
asomaban por los párpados inferiores como agua de escorrentía. "Estoy
sola, tengo miedo, mucho miedo, abrázame" no cesaban de gritar sus ojos en
un sepulcral silencio.
"Dame tu mano, dame consuelo, dale paz
a mi alma." Seguían implorando agónicamente.
Nunca hubo palabras en aquella habitación
que retumbasen contra las paredes con la
misma fuerza que lo hacía el silencio desolador de Sofía. Apenas podía
emitir sonidos de sollozo. Las lágrimas ya habían llegado a empapar el cuello
del camisón, aquel camisón rosa que tanto detestaba.
Ángel le tomó la mano y no dijo nada. En ese
instante sintió como suya propia la angustia y el miedo de Sofía. Perdieron la
noción del tiempo. Con las manos cogidas, Sofía comenzó a encontrar la paz,
sabía que no estaba sola, que no tenía por qué tener miedo, que a su lado
siempre estaría su ángel de la guarda. No dejó de mirarle ni un momento. Poco a
poco el llanto inconsolable fue amainando y su expresión comenzó a dibujar una
leve sonrisa en su rostro. El miedo se había convertido en tranquilidad.
Las tardes eran buenas para hablar. Los
martes se quedaba Ángel para ultimar historias escritas, citar a los pacientes
a revisión, llevar el control de la caducidad de los fármacos del botiquín, y
un sin fin de actividades más.
No pasaba un solo martes que no fuese a ver
a Sofía para preguntarle cómo estaba.
Abría sigilosamente la puerta y comprobaba
si estaba durmiendo o no. Nunca la despertaba de su descanso, cerraba la puerta
y se iba; pero si ella estaba despierta, entonces le preguntaba si podía pasar.
Un suspiro de alegría se contenía en el
ambiente. Sofía agradecía la visita. No hacía falta que le dijese nada. Le
miraba con sus ojos verdes durante unos
segundos.
Ángel se sentaba junto a ella. Algunas
tardes se quedaban mirando por la ventana el ocaso del día y fantaseaban con lo
que haría cada uno si estuviese al otro lado del cristal.
-Yo me iría a recoger unos níscalos, ahora
es una buena temporada. Primero les haría unas fotos en macro y luego me las
llevaría a casa para comer. Mi mujer las prepara de rechupete, se le da
bastante mejor que a mí, la verdad.- dice Ángel imaginándose la escena.
-Muy bien, "David el gnomo", yo
aprendería a montar a caballo para recorrer los campos a galope y dejar que el
viento me llevase a cualquier parte.
Otras tardes preferían no hablar. Esas
tardes coincidían con los días de tratamiento. Eran agotadoras. Se pasaba el
rato en una eterna nausea. Calmaba la dichosa sensación respirando profundo el
aire fresco que dejaba entrar por la ventana, pero cuando no podía más, se iba
al baño a desalojar el efímero contenido gástrico del día. Los días de
tratamiento solo comía fruta fresca y fría. Le ayudaba a sentirse mejor. El
frío aliviaba las llagas de su boca.
Cuando conseguía salir del baño, se
acurrucaba en la butaca.
-Ángel, ¿te gusta trabajar con pacientes
como yo?
Ángel nunca se hubiera imaginado esa
pregunta en boca de Sofía. Quizás nunca se hubiera imaginado ninguna
conversación con Sofía.
- Bueno, me alegra que me hagas esa
pregunta.-
-¡Ja, ja, ja, ja, ja, ja!, eso es lo que
responden los famosos cuando se quieren hacer los interesantes.- Le replica
Sofía interesada por la respuesta.
- Como iba diciendo- replica mientras esboza
una sonrisa de complicidad por la broma que le acaba de gastar- , me alegra que
me hagas esta pregunta. La verdad es que sí me gusta trabajar con pacientes
como vosotros. Y además, te diré que me ha gustado desde que empecé mis
estudios de Enfermería allá por el año...
- No te molestes Ángel- le interrumpe Sofía
con una carcajada- más bien dirás allá por el siglo pasado.-
De
súbito, se hizo el silencio. Los segundos se congelaron en el tiempo. Ambos se
miraron fijamente durante un instante e inmediatamente explotaron en un ataque
de risa al unísono.
- ¡Claro!, teniendo en cuenta que tú eres
una niña, pensarás que yo soy muy mayor.-
-No hombre, pero no podrás negar que del
siglo pasado sí eres.-
Ambos siguieron riendo todavía un buen rato.
- Dime, ¿Cómo puedes soportar el dolor
ajeno?-
De repente las risas se habían disipado.
- Simplemente no se puede. No puedes esperar
que las personas no te afecten pero debes hacer, como buen profesional, todo lo
posible por dejar a un lado tus sentimientos. Los pacientes necesitan que
estemos un peldaño por encima para guiarles
y darles apoyo, consuelo o simplemente estar en silencio a su lado
haciéndole entender que le comprendes.
- ¿Eso es lo que haces conmigo?-
-Bueno, en cierta medida, sí.
Sofía se quedó tranquila sabiendo que le
entendía y sabía que podía contar con él.
-Ángel, ¿qué hay después de todo esto?
-No lo sé. Quizás nada o quizás todo. La Fe
es un recurso del creyente cristiano para encontrar cobijo, esperanza y
descanso en el amor de Dios. Los creyentes se valen mucho de su fe para superar
etapas muy difíciles de su vida. Los no creyentes utilizan otras válvulas de
escape. Al fin y al cabo, la gente necesita creer en algo más fuerte que ellos
para encontrar la paz interior.
-¿Duele morir?-
-Bueno, la verdad es que no siempre es un
proceso dulce, pero hacemos lo posible para que esa etapa ocurra con el mayor
confort que seamos capaces de dar. Es un momento muy distinto en cada uno de
nosotros. Es la última cosa en la vida
que vamos a hacer, así que mucho mejor si la hacemos en paz.-
-Lo sé. Sé que todos nos vamos a morir algún
día. Hay mucha gente que no es consciente de que la vida es muy frágil y que en
cualquier momento la vela se puede apagar. Yo sé que me voy a morir. Yo sé que
todos nos vamos a morir. Yo estoy preparada para irme cuando me toque. ¿Y tú?-
No hubo respuesta. La reflexión fue tan
profunda que Ángel no se atrevió a hacer desvanecer sus palabras dibujadas en el aire con una última
puntualización suya.
Los dos se miraron y no hizo falta añadir
nada más.
Aquel momento tan mágico se vio interrumpido
por la cena. Acababan de traer la bandeja y entraba Fernando en la habitación
para acompañar a su hija durante la noche. Cada noche se queda uno de los dos
padres, Fernando se queda los días pares y Marta los impares, es una forma,
como otra cualquiera, de organizarse. Afortunadamente su trabajo se lo permite,
pero no es fácil conciliar la vida, uno termina caminando por el mundo como si
lo hiciera por la cuerda floja, con el miedo a caer en el más mínimo descuido.
Ángel aprovechó la entrada del padre de Sofía en la habitación
para saludarle y despedirse hasta el día
siguiente.-"Buenas noches Sofía, ya sabes, mañana más y mejor"-
Sofía levanta suavemente la mano y saluda de
forma delicada, -" Hasta mañana".-
A su salida al pasillo, Ángel se encuentra
con Jimena que ha subido para ver a un paciente cuyo estado había empeorado de
forma considerable a lo largo de la tarde.
-"¡Qué bien que te encuentro!, Vamos a
hacer la sesión de lo que hemos visto hoy y así aprovecho y te cuento las
novedades de Don Pedro y Doña Sara."- Le expone.
-"¡Ah! Sí claro, claro."

En la pared contigua hay colocadas unas
baldas dispuestas de forma irregular que sostienen un jarrón con tres cañas de
bambú y unas figuras de cerámica que caricaturizan a un médico y a una
enfermera con fonendos , termómetros y jeringas en las manos. Al lado de estas
dos figuras otra que representa a un paciente en la cama, repleto de tiritas y
vendas y con un termómetro en la boca.
Sentados en sendas sillas, Jimena comienza a
hablar afanosamente sobre el estado de los dos últimos pacientes que acaban de
ingresar en la unidad, acerca de la reestructuración del trabajo de cara a los
próximos días festivos y de un sin fin de asuntos más. Ángel estaba absorto
oyendo sin escuchar, mirando sin ver y haciendo que prestaba atención cuando en
realidad estaba en cualquier otra parte
del globo terráqueo y no en aquella sala de reuniones.
-¿Te pasa algo Ángel?-
-¿Cómo?-
-No me has prestado atención desde que nos
encontramos en el pasillo. ¿Acaso te preocupa Sofía?-
-¿Por qué dices eso?-
-Porque tu cara lo refleja-
-No, no, pues no, bueno la verdad es que un
poco sí, es decir... No lo sé. No sé definir exactamente qué es lo que me pasa.
Es complicado definir con palabras las cosas que ni uno mismo entiende. No sé
si me explico-
-Perfectamente. Cuéntame, ¿de qué habéis
hablado?-
- Pues la verdad es que hemos hablado de
muchas cosas. Una de nuestras últimas conversaciones trataba de imaginar qué
nos gustaría estar haciendo en lugar de estar aquí, yo le dije, ¡ya ves tú! que
me imaginaba recogiendo setas y ella se imaginaba montando a caballo para
sentirse libre. Nada del otro mundo, Jimena, pero la cuestión no está en lo que
dijo si no en cómo lo expresó. En todos los años que llevo trabajando nunca me
había pasado algo parecido, la verdad es que es curioso lo que puede conseguir
un individuo de otro. Sofía es una niña de 15 años capaz de razonar y
expresarse mucho mejor que mucha gente adulta. Esa niña me ha llegado a hacer
preguntas acerca del dolor y de la muerte. Me ha preguntado si soy capaz de
soportar el dolor ajeno.
- ¿Y tú qué le has contestado?-
-Bueno pues, la verdad, claro. Pero no sólo
eso, sino que además, es extraño, pero... ¿cómo te lo explico? a veces siento
como que hay una especie de conexión entre los dos, como si nos entendiésemos
con la mirada. Hay tardes en las que voy a verla y sin dirigirse a mí, sé
perfectamente lo que le pasa-
-¿Y qué
piensas de todo eso?-
-Pues no lo sé, no debo implicarme
emocionalmente en ningún caso, no quiero perder la visión profesional en ningún
momento. No quiero llevármelo a casa-
- Pero Ángel, lo que me estás contando es
perfectamente normal, ¿no entiendes lo que te ha pasado? Has empatizado con
Sofía y ella ha conectado contigo. ¿ No has notado el cambio que ha dado?
-¿A qué cambio te refieres?-
-Pues, sin lugar a dudas ha dado un gran
cambio y creo que tú tienes mucho que ver en eso. Me he fijado que de un tiempo
a esta parte Sofía ha rebajado su nivel de ira, es más receptiva, no le
contesta mal a sus padres y se siente muy segura cuando estás cerca. Sofía está
superando su miedo y lo hace desde que te pasas a hablar con ella un ratito por
las tardes. Creo que hay una gran conexión entre los dos y eso le está ayudando
a seguir adelante pese a las adversidades. Ella ve en ti una figura paterna.
- Recuerdo un día en el que estaba llorando
cuando entré en la habitación. Nunca la había visto llorar, y me impresionó su
desesperación. Lo primero que se me ocurrió hacer fue arroparla y cogerle las
manos firmemente, entonces ella me miró a los ojos y...
- Y... ¿sobraron las palabras?-
-¡Sí!, Jimena, lo reconozco, sobraron las
palabras. Me taladró el corazón, sentí su dolor como mío, imaginé por un instante su miedo y su
angustia. El tiempo se detuvo y ella se fue calmando poco a poco.
- ¿Te das cuenta lo importante que fue el
hecho de que le cogieras las manos? Ella notó que la entendías y que estabas a
su lado, y eso fue suficiente para que se calmase. El lado humano de nosotros
mismos es su mejor bálsamo. Una mirada, un gesto, una sonrisa, marcan la
diferencia.
-Pero Jimena, no quiero encariñarme, no
quiero que me afecte, yo no puedo llorar.
-¿Porqué?-
-¿Cómo que por qué Jimena?, pues porque no
es correcto, no está bien implicarse emocionalmente. No debe hacerse.
-¿Quien lo dice?, ¿quien dice que esté
prohibido sentir?-
- Pues el código deontológico, la ética
profesional, la conducta ejemplar...-
-¿Estás seguro?, ¿No será más bien que
tienes miedo a saber qué se siente cuando entiendes a los demás?, ¿No será más
bien que tienes un miedo acérrimo a conocer tus propios sentimientos? ¿A
adentrarte en lo más profundo de tu alma para sacar a flote tu "yo"
aletargado en la letanía del "tener que" en lugar del
"poder"?, quién ha dicho que está mal sentir si quien siente está
vivo, su intelecto se agudiza y su mente se enriquece. Ángel, si eres capaz de cuestionarlo, de
ponerlo sobre la mesa o de sopesarlo es que un gran cambio se ha producido en
ti.
·······
Sofía
y Luis eran los mejores hermanos. Su conexión no tenía límites. Ellos se
entendían con la mirada. Pero esa conexión no fue siempre tan buena. Hubo
momentos en la vida de ambos en los que no se podían ni ver. Ella era la
pequeña, la princesita, la niña buena, buena en todo lo que hacía, buena
estudiante, buena hija, buena deportista, hasta cantaba bien. Luis siempre ha
sido la oveja descarriada, mal estudiante, rebelde sin causa, trasnochador y
pasota. La antítesis, el yin y el yang. La separación de su vínculo fue directamente proporcional a
las atenciones que recibía Sofía desde que empezó a destacar en natación.
-"Fernando, cariño, esta niña tiene un
don en el agua, debemos estimularla para hacer algún deporte acuático. ¿No
crees?"- Le repetía a diario Marta a su marido.
Ese don hubo que fomentarlo, hacerlo crecer,
dejar que manifestase poco a poco la afición. Quizás fue ese el punto de
inflexión que separó a los hermanos, mientras uno subía el otro bajaba. Pero
hoy ha sido un día especial. Sofía ha recibido la visita sorpresa de Luis. Sus
padres llevan semanas intentando convencerle de que tenía que ir a ver a su
hermana al hospital, Luis no se atrevía a verla, se la imaginaba como en las
películas, acostada en la cama mirando al techo con la boca entreabierta y un
sonido estertor manando del pecho; rodeada de cables, sensores, monitores,
bombas infusoras y botellas de suero además de las gafas nasales de oxígeno y
la sonda vesical colgando de la cama.

-¡¡¡LUIGI!!!!!!- Gritó Sofía y dio un
brinco para abalanzarse sobre él. Sacó
fuerzas de su flaqueza y se irguió como una
primera bailarina de Ballet Nacional.
-¡¡¡SOFIE!!!- corrió hacia ella para cogerla
en brazos.
Juntos en el centro de la habitación se
fundieron en un abrazo de perdón. Los dos se hicieron uno. El tiempo se paró y
empezó a rebobinar hasta llegar a la tarde de la fiesta de cumpleaños del 2007
donde Luis le regaló a Sofía la mitad de
un colgante en forma de pergamino que decía: " si me necesitas
silba"; mientras que la mitad que portaba Luis al cuello respondía: "
no te fallaré".
Por fin aquellas dos mitades se habían
vuelto a unir después de tanto tiempo. Se miraron a los ojos y rompieron a
llorar. El llanto fue tan intenso y desconsolado que todos salieron de la
habitación para dejarles hablar tranquilamente. Tenían mucho que decirse.
Hablaban
de manera atropellada, se interrumpían pidiéndose perdón recíprocamente,
se cogían de las manos y se las apretaban muy fuerte. Cuánto necesitaban este
momento, cuánto bien les estaba haciendo esta reconciliación. Cuánta paz se
respiraba.
Marta
y Fernando se sintieron aliviados. Se sentían una familia unida de nuevo. Los
cuatro habían cerrado el círculo. Se sentían parte de un todo indivisible.
Volvieron a entrar en la habitación y
pusieron encima de la mesa el Trivial Pursuit para celebrar el reencuentro
jugando al juego favorito de la familia.
Desde el pasillo se oían las risas de una
familia feliz, completa, que demuestra cómo es capaz de disfrutar de las cosas
más sencillas de la vida: mirar el cielo desde la ventana, disfrutar de la
sonrisa de aquel a quien amas, hablar en silencio, cantar bajo la lluvia, salvarle
la vida a un pajarillo herido, poder
parar el tráfico con solo levantar la mano para que un anciano pueda terminar
de cruzar la calle, leer cuentos de noche con una linterna, ver llover en el
mar, montar el mueble para el salón que te acabas de comprar sin mirar las
instrucciones y con solo una llave allen. ¡Hay tantas cosas de las que
disfrutar!
Sofía se siente feliz, a gusto, contenta,
plena. Se ha ido el miedo, hay paz en su interior, tiene su vida en orden. Ve a sus padres felices, su hermano está a su
lado, ha hablado con Carlos y le ha pedido perdón, ha llamado a todas sus
compañeras. No se ha dejado nada en el tintero.
Parece sentirse un poco incómoda y decide
recostarse en la cama. Se tapa con la sábana y su madre la arropa como
acostumbraba a hacerlo cuando era un bebé. Siguen hablando de las novedades en
la vida de Luis, de su nuevo trabajo, de su decisión de ahorrar un poco de
dinero para poder estudiar Derecho el
año que viene. Mientras hablan Sofía les escucha atentamente sin emitir ninguna
palabra. Les oye al fondo, como si estuviesen en otra habitación, poco a poco
las palabras van perdiendo sentido y la conversación se difumina. Tiene sueño,
bosteza, se acomoda y baja la cabeza. Los párpados le pesan, le entra sueño, se
va escurriendo en la cama hasta que encuentra la postura adecuada. Sus párpados
van cayendo poco a poco. La sensación de paz inunda su pecho mientras su
corazón late muy despacio. Por debajo de su almohada asoma el bloc de notas que
nunca ha dejado de escribir desde su ingreso. Suspira suavemente; cierra los
ojos y cae profundamente dormida.
Carta de despedida:
Es difícil describir con claridad y por
orden todas y cada unas de las palabras que quiero expresar.
Yo no elegí nacer, no elegí el cuándo, ni el
cómo, ni la familia, ni el país.
Mi vida ha sido plena, ha estado llena de
momentos únicos, lugares maravillosos y personas a las que amo desde lo más profundo de mi corazón.
Hoy mi vida me propone otra cosa muy
distinta y angustiosa. Hoy mi vida me propone cómo quiero morir.
¡Gracias vida por darme esta oportunidad!
Gracias por darme el momento para elegir a
la gente que quiero que me rodee. ¡Gracias vida, por darme a mi familia! Ellos
me han enseñado el significado de lo justo y de lo injusto, lo bueno y lo malo,
lo grande y lo pequeño, lo que de verdad importa y lo que no.
Ser padre es más que enseñar a andar por el
pasillo de casa, ser padre es enseñar a caminar por la vida para aprender a
levantarme después de haber tropezado con una piedra.
Ser hermano es más que pelear por un
juguete, ser hermano es luchar porque a mi hermano no le falte nunca mi hombro
para llorar por el juguete perdido.
Ser familia no es enseñar a hablar, ser
familia es enseñar a comunicarse para no estar nunca solos, para ayudar a los
que te necesitan, para ser feliz.
Ser familia no es enseñar a dibujar; ser
familia es pintar acuarelas de colores sobre un cielo gris para que el día
triste que hoy he pasado haya merecido la pena.
¡GRACIAS VIDA POR DARME ESTA OPORTUNIDAD!
Hoy aprovecho para pedir perdón. Perdón por
no esforzarme más en haceros reír, perdón por decirte lo que tenías que hacer
en lugar de hacerlo juntos; perdón por discutir contigo en lugar de besarte con
pasión; perdón por no ver en tus ojos que te fijabas en los míos.
Gracias mami, por los besos que me dabas
cuando pensabas que dormía. Gracias papi, por hacerme creer que mi bicicleta
era un precioso unicornio blanco. Gracias hermano por dejarme ser la primera en
conocer los secretos de tu corazón.
Llorad, patalead, cantad, bailad o reíd,
cada una de vuestras expresiones son pedazos de mí ser porque vosotros
secasteis mis lágrimas, compartisteis mis risas, entonasteis mis canciones,
acompasasteis mis bailes y calmasteis mis enfados.
Ahora estaréis pensando en que" si
leéis esta carta es que ya no estoy aquí"; pues no es cierto, no es verdad
ni una sola palabra de esa frase.
Sí estoy aquí, estoy aquí y lo estaré
siempre porque vivo en cada uno de vosotros, porque vuestro corazón es mi hogar
y vuestra mente mi patio de recreo. Sí, estoy aquí y estoy más viva que nunca
porque mientras me penséis, mientras me soñéis mientras me cantéis y me
imaginéis yo nunca me iré.
Os quiere, Sofía.
Jo!, Anita. Me has aguado los ojos. Hay días que uno piensa si el esfuerzo merece la pena. Luego hay instantes que te dan tantas fuerzas que sigues adelante con más impulso todavía. Gracias por darme un trozo de ganas e ilusión. Besos.
ResponderEliminarMe alegro muchísimo de haber contribuido a darte fuerzas.Creo que haces un trabajo de enfermería muy importante. Tu trabajo es la esencia del cuidado y el porqué nos dedicamos a lo que nos dedicamos. Tus manos sostienen vidas que dejas ir en paz. Enhorabuena. Un fuerte abrazo.
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