La receta mágica


Desde que soy madre mantengo la hipótesis de que no existen recetas mágicas para la educación de los hijos. No creo, en absoluto, que haya fórmulas magistrales que te solucionen todos y cada uno de los problemas que la crianza te propone  a diario.
Son muchos los autores de las distintas corrientes de la educación maternal y muchos los lectores que nos convertimos, fieles a estas creencias, en firmes seguidores o detractores de las mismas.”Método Estivill, método Carlos González...” por citar algún ejemplo de autores conocidos.
En pleno transcurso de mi análisis de datos para confirmar mi hipótesis y realizar, así, el enunciado de una teoría rotunda y definitiva, resulta que me encontré en mi camino con una paciente leyendo absorta, mientras esperaba para la consulta, un libro cuyo título llamó poderosamente mi atención. Al término de la consulta le pedí que me explicase qué tipo de libro era y qué valoración le merecía. Me lo recomendó pues, a su juicio, a ella le había ayudado mucho y ya era la tercera vez que se lo repasaba.
No tardé en comprarlo para escudriñar lo antes posible sus argumentos y cuál fue mi sorpresa que en la 3ª página ya estaba derrotando mis métodos. ¡SER MADRE NO ME CONVIERTE EN UN ALMANAQUE DE SABIDURÍA ESPONTÁNEA!
Cuánto más argumentaba en contra de lo que yo opinaba más me llamaba la atención el libro y los  métodos de: “COMO HABLAR PARA QUE TUS HIJOS TE ESCUCHEN Y COMO ESCUCHAR PARA QUE TUS HIJOS TE HABLEN”.
Que la violencia engendra violencia, es de todos conocido, pero en gran medida muchos, entre los que me incluyo hacemos una vista muy gorda a eso de darle un golpecito en la mano y expresar:”¡caca, eso no se toca!”; o dar un azote contundente tras la continua, exasperante y estresante desobediencia de nuestros hijos.



En tu fuero interno se aloja como única forma de educación admitida y plausible el diálogo… ¡sí!, hasta que se ve en tela de juicio tu autoridad de agente paterno. Es entonces cuando tu fuero interno le pega una patada al diccionario al tiempo que lanzas improperios contra el padre de los niños (¡qué culpa tendrá él precisamente ahora!) y le sueltas tan sonoro azote en el culo al crío que se quedaría en jaque todo un batallón de infantería.
_”¡Tú solo tienes que hacer 2 cosas: escuchar y obedecer!_ Le arrojas al niño mientras un nutrido grupo de padres que se encuentran alrededor  os miran asintiendo con la cabeza en signo de aprobación de lo que acaban de ser testigos.
Escuchar y obedecer son 2 acciones que van acompañadas de una actitud paterna mucho más complicada que la de expeler gritos de ira desproporcionada haciendo notar quien tiene el poder.

Después de leer el libro entiendo que mi hijo expresa en su mirada  un claro:” no puedo escuchar y obedecer si no hay comprensión y diálogo entre los dos, y si tú no escuchas mis necesidades, no esperes que yo escuche tus órdenes.”
Nuestros hijos nos dicen constantemente qué quieren y nosotros no estamos atentos. No les escuchamos.
Creemos erróneamente que otorgarles sus deseos es símbolo de pérdida de autoridad y control. No siempre podemos o debemos conceder todo lo que desean pero podemos hacer el esfuerzo de escucharles. En muchas ocasiones su principal anhelo es sentirse escuchados por las personas que conforman su mundo y el deseo expuesto se convierte en algo secundario.
El hecho de expresar los sentimientos abiertamente, tanto los suyos como los nuestros, nos transporta a la realidad, a la misma realidad en la misma dimensión.
No se puede llegar a un acuerdo si no hay comunicación.
(…)“ Debemos dejar de pensar en el niño como un problema que hay que corregir”(…) Es la frase que más me impactó.
(…) “Podemos invertir nuestra energía en buscar la clase de soluciones que respeten las necesidades de ambos como individuos”(…)
(…)”Démosles las herramientas que les permitirán ser partícipes verdaderamente activos en la resolución de los problemas que les asedian…ahora, estando en casa y en el mundo difícil y complejo que les aguarda en el futuro.”(…)
En mi modesta opinión, argumentos así derrotan cualquier defensa del manido “azote de advertencia”.
Desde el mismo momento en el que aseguramos protección a nuestro bebé en brazos, asumimos que es un ser desvalido; frágil y dependiente de nuestros cuidados. En ningún momento de nuestra vida nos planteamos cuál es el día en el que se hacen independientes: ¿a los 18 años?,¿a los 21?, ¿Cuándo se van a estudiar a la universidad?, ¿Cuándo se casan?, ¿Cuándo tiene su primer hijo?...
No existen fechas en el calendario para tal propósito porque los hijos se dedican a aprender todos los minutos de su vida; en todo caso lo que debemos cuestionarnos seriamente es si deben aprender a ser meros “mini_yo” gracias a las enseñanzas, consejos y órdenes que les damos o si quizás sea mejor que aprendan a ser ellos mismos gracias a las oportunidades autodidactas que la vida les va ofreciendo.
Permitirles pensar es más difícil que enseñarles a pensar; permitirles elegir es más duro que elegir por ellos lo que más les conviene; escuchar es más arduo que dar consejos sabios. Pero todas estas actitudes dan un fruto más maduro a la larga porque le permite entrenarse a lo largo del tiempo para las vicisitudes que entraña la vida adulta.
Reforzar su actitud; alabar su buen trabajo, entender sus sentimientos y buscar soluciones de forma conjunta son tácticas útiles que ayudan a resolver los problemas de hoy y a prepararles para un futuro.








Escuchar con gran atención en vez de escuchar distraidamente, reconocer con la palabra:¡ ajá!,¡ vaya!... en vez de preguntar y aconsejar. Describir el problema en lugar de juzgar al niño; dar información constructiva en lugar de hacer preguntas inquisitorias. Expresarnos sucintamente en lugar de dar discursos que se disipen en la mente del oyente. comentar los sentimientos que el problema te genera; escribir una nota; etcétera-, son ideas útiles de como afrontar situaciones de desobediencia y rebeldía constante.
Así como la inmensa mayoría pensamos que toda mala acción se merece un castigo, puesto que es lo que hemos aprendido; cabe mencionar que existen alternativas:
Señalar a tu hijo la forma de ser útil.Manifestarle nuestras expectativas.Enseñar al niño cómo rectificar.Permitirle que experimente las consecuencias de sus faltas ( si éstas no comprometen la salud y la seguridad del niño).

Éstos son solo algunos ejemplos de cómo se pueden obtener los mismos resultados satisfactorios mediante otras fórmulas de aprendizaje. lo que el niño aprenda será lo que luego manifieste y transmita cuando sea padre.

Si existen los libros de cabecera, en mi humilde opinión, éste es uno de ellos.











Bibliografía:

Faber.A;Mazlish.E: "Cómo hablar para que sus hijos le escuchen y cómo escuchar para que sus hijos le hablen" 1ª edición 1997. Ediciones Medici.


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